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domingo, 14 de abril de 2013

Comentario al Evangelio del tercer domingo de Pascua

Por Lázaro Albar Marin

Nuevamente el Resucitado quiere encender tu corazón. En la orilla del lago Tiberíades o en la orilla de tu vida Él se hace presente con una fuerza de amor irresistible. En la barca, que es la Iglesia, vamos todos. Cuando se hace de noche en nuestra vida, y nos atrevemos a pescar sin Él, no cogemos nada. Tantos esfuerzos inútiles, tanto trabajo apostólico sin fruto, nos han revelado que no se trata de “hacer" sino de “dejar hacer" a Jesús movidos por su Espíritu.
Es significativo que el evangelista Juan cite los nombres de cinco de los apóstoles. Los otros dos discípulos pueden ser muy bien, tú y alguien que te acompaña, porque el camino lo hacemos en fraternidad, desde la confianza del corazón, ayudándonos mutuamente. El individualismo y la autosuficiencia son contrarios al evangelio de nuestro Señor.
El discípulo amado gritó: «¡Es el Señor!». Quien se ha dejado amar por Dios, es capaz de amar, y cuando nuestro amor es muy grande somos capaces de reconocer a Jesús vivo y Resucitado. El amor reconoce su presencia en los pobres, los enfermos, los marginados y rechazados. El amor nos hace ver a Jesús presente entre nosotros y en nosotros.
Al amanecer de cada día ahí está Jesús resucitado, lleno de vida, para renovarte e infundirte su misma vida, para que puedas vivir y respirar un aire más puro, para que reinando en ti puedas hacer presente su Reino. Así de tu corazón brotará un manantial de vida espiritual para dar de beber a los sedientos. Y es que hay tanta hambre y tanta sed de felicidad, y sin embargo encuentras solo vacío interior, insatisfacción, angustia. El Señor puede colmar tu corazón y hacer que tu oscuridad se convierta en una luminosa luz.
Escuchar la voz de Jesús y obedecerle hace posible que en tu vida se produzca una pesca milagrosa. Con Él lo imposible se hace posible. El Señor sigue haciendo milagros, basta que le des tu corazón.
El pan y el pez, símbolo de la Eucaristía, es el Milagro de los milagros, donde el pan se convierte en su Cuerpo y el vino en su Sangre, para que comiendo y bebiendo de Él te transformes en el hombre nuevo o en la mujer nueva que ya sólo sabe vivir para amar.
Pero hay algo más, el Resucitado te lleva aparte, en su intimidad, cuando das espacio a la oración, como lo hizo con Pedro, y te susurra al oído: «¿me amas? ¿Me amas más que estos?». Necesitas mucho amor, porque es tanto el amor que el Señor te tiene, es tan grande el amor que necesitas para servir humildemente y convertir la tierra que pisas en cielo. Así construirás la Iglesia de Jesús, la Iglesia fraternidad, donde todos tienen cabida, todos son amados, y de modo especial los más pobres y los que más sufren, a los que puedes mostrar el corazón de Dios abriéndoles el tuyo. El amor todo lo transforma, todo lo resucita, todo lo enriquece. ¡Cristo resucitado, haz que sólo sepa amar con tu amor!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tanto nos amas Señor, tanto que no dejas de estar ahí con nosotros y de preguntarnos como le haces a Pedro: ¿Me amas?... Esa pregunta martillea dentro de nuestro corazón... ¿Me amas? ¿Me amas? y hasta la saciedad Jesús, el Resucitado, me pregunta una y otra vez cuando no creo que es El a quien tengo delante de mí. SÍ, Señor, TE AMO... ¿Cuantas veces tendrá Jesús que preguntarme si le amo?...