TÚ ME MIRAS, CRISTO,
CON INFINITA MISERICORDIA
Como uno más en las aguas del Jordán,
sumergiéndote para cargar con nuestros pecados, ...
y señalado por Juan el Bautista, asumiste lo que eras:
«Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
Y en las mismas aguas del Jordán,
escuchaste la voz del Padre
que te decía ante la muchedumbre de pecadores:
«Este es mi Hijo Amado, en quien me complazco».
Y fuiste por la vida perdonando pecados,
yo estaba entre los pecadores, también como uno más,
necesitado de tu perdón y misericordia,
y me llamaste para ofrecer tu perdón
a los que se sienten pecadores ante tu mirada misericordiosa.
Y mirándote a los ojos, a los pies de la cruz,
sumergido en el pecado de la humanidad que te crucifica,
miro mi pecado y te miro a Ti,
tantas veces crucificado en mis hermanos los más pobres,
y escucho tu voz alentadora cuando miras al cielo y me miras a los ojos: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Y miras y me miras, Cristo, mi Señor,
tanta violencia, cuando tú nos traes la paz;
tanta soberbia, cuando tú nos muestras la humildad;
tanto desprecio e indiferencia ante los demás,
cuando tú nos tratas con suma delicadeza y ternura;
tanta superficialidad y falsedad,
cuando tú nos enseñas la interioridad y la verdad.
Y tus entrañas se conmueven
porque tu misericordia es eterna y quiere alcanzar a todos,
porque pagaste un alto precio para bañarnos en tu infinita misericordia
que la hiciste sacramento, fuente de reconciliación y de paz.
Y ahora me llamas a ser canal limpio de tu gracia para los demás,
a irradiar tu misericordia allí donde me encuentre,
a hacer de la Iglesia, de mi casa y mi corazón, un oasis de misericordia.
Gracias, Cristo, mi Señor, porque me miras con infinita misericordia. Amén.
CON INFINITA MISERICORDIA
Como uno más en las aguas del Jordán,
sumergiéndote para cargar con nuestros pecados, ...
y señalado por Juan el Bautista, asumiste lo que eras:
«Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
Y en las mismas aguas del Jordán,
escuchaste la voz del Padre
que te decía ante la muchedumbre de pecadores:
«Este es mi Hijo Amado, en quien me complazco».
Y fuiste por la vida perdonando pecados,
yo estaba entre los pecadores, también como uno más,
necesitado de tu perdón y misericordia,
y me llamaste para ofrecer tu perdón
a los que se sienten pecadores ante tu mirada misericordiosa.
Y mirándote a los ojos, a los pies de la cruz,
sumergido en el pecado de la humanidad que te crucifica,
miro mi pecado y te miro a Ti,
tantas veces crucificado en mis hermanos los más pobres,
y escucho tu voz alentadora cuando miras al cielo y me miras a los ojos: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Y miras y me miras, Cristo, mi Señor,
tanta violencia, cuando tú nos traes la paz;
tanta soberbia, cuando tú nos muestras la humildad;
tanto desprecio e indiferencia ante los demás,
cuando tú nos tratas con suma delicadeza y ternura;
tanta superficialidad y falsedad,
cuando tú nos enseñas la interioridad y la verdad.
Y tus entrañas se conmueven
porque tu misericordia es eterna y quiere alcanzar a todos,
porque pagaste un alto precio para bañarnos en tu infinita misericordia
que la hiciste sacramento, fuente de reconciliación y de paz.
Y ahora me llamas a ser canal limpio de tu gracia para los demás,
a irradiar tu misericordia allí donde me encuentre,
a hacer de la Iglesia, de mi casa y mi corazón, un oasis de misericordia.
Gracias, Cristo, mi Señor, porque me miras con infinita misericordia. Amén.
(Pbro. Lázaro Albar)
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