12 Octubre 2.009
Señor,
y sucedió una vez
que sobre la tierra desnuda y virgen
brotó de improviso una flor hecha de nieve y fuego.
Fue llama que extendió un puente de oro
entre las dos riveras,
guirnalda que engarzó para siempre
nuestras vidas y nuestros destinos.
Señor, Señor, fue el amor con sus prodigios,
ríos, esmeraldas e ilusiones.
¡Gloria a Ti, horno incandescente de amor!
Pasó el tiempo,
y en el confuso esplendor de los años
la guirnalda perdió frescor,
y la escarcha envolvió a la llama por sus cuatro costados;
la rutina, sombra maldita, fue invadiendo,
sin darnos cuenta, y penetrando
todos los tejidos de la vida.
Y el amor comenzó a invernar.
Señor, Señor, fuente de amor; dobladas las rodillas
desgranamos ante Ti nuestra ardiente súplica:
sé Tú en nuestra casa lámpara y fuego,
pan, piedra y rocío,
viga maestra y columna vertebral.
Sana nuestras heridas cada noche
y renazca el amor cada mañana como fresca primavera.
Sin Ti nuestros sueños rodarán por la pendiente.
Sé Tú para nosotros escarlata de fidelidad,
espuma de alegría y garantía de estabilidad.
Mantén, Señor, alta como las estrellas,
en nuestro hogar la llama roja del amor,
y la unidad, como río caudaloso, recorra y riegue
nuestras arterias por los días de los días.
Sé Tú, Señor Dios, el lazo de oro que mantenga nuestras vidas
incorruptiblemente entrelazadas hasta la frontera final y más allá.
Así sea.
(Ignacio Larrañaga, Encuentroón, p 37)
y sucedió una vez
que sobre la tierra desnuda y virgen
brotó de improviso una flor hecha de nieve y fuego.
Fue llama que extendió un puente de oro
entre las dos riveras,
guirnalda que engarzó para siempre
nuestras vidas y nuestros destinos.
Señor, Señor, fue el amor con sus prodigios,
ríos, esmeraldas e ilusiones.
¡Gloria a Ti, horno incandescente de amor!
Pasó el tiempo,
y en el confuso esplendor de los años
la guirnalda perdió frescor,
y la escarcha envolvió a la llama por sus cuatro costados;
la rutina, sombra maldita, fue invadiendo,
sin darnos cuenta, y penetrando
todos los tejidos de la vida.
Y el amor comenzó a invernar.
Señor, Señor, fuente de amor; dobladas las rodillas
desgranamos ante Ti nuestra ardiente súplica:
sé Tú en nuestra casa lámpara y fuego,
pan, piedra y rocío,
viga maestra y columna vertebral.
Sana nuestras heridas cada noche
y renazca el amor cada mañana como fresca primavera.
Sin Ti nuestros sueños rodarán por la pendiente.
Sé Tú para nosotros escarlata de fidelidad,
espuma de alegría y garantía de estabilidad.
Mantén, Señor, alta como las estrellas,
en nuestro hogar la llama roja del amor,
y la unidad, como río caudaloso, recorra y riegue
nuestras arterias por los días de los días.
Sé Tú, Señor Dios, el lazo de oro que mantenga nuestras vidas
incorruptiblemente entrelazadas hasta la frontera final y más allá.
Así sea.
(Ignacio Larrañaga, Encuentroón, p 37)
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