El santo Dinar acudió a La Meca vestido de mendigo. Estando allí, vio como un barbero afeitaba a un hombre rico. Al pedirle al barbero que le afeitara a él, el barbero dejó inmediatamente al hombre rico y se puso a afeitar a Dinar. Y al acabar no quiso cobrarle. Es más, lo que hizo fue darle también una limosna. Dinar quedó tan impresionado que decidió dar al barbero todas las limosnas que pudiera recoger aquel día.
Sucedió que un acaudalado peregrino se acercó a Dinar y le entregó una bolsa de oro. Dinar se fue aquella tarde a la barbería y ofreció el oro al barbero. Pero el barbero le gritó: “¿Qué clase de santo eres? ¿No te da vergüenza pretender pagar un servicio hecho con amor?”
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Al amor no le podemos poner precio. Siempre que se ofrece o se busca una recompensa, el amor se hace mercenario.
El discípulo clamó al Señor: “¿Qué clase de Dios eres? ¿No te da vergüenza pretender recompensarme un servicio hecho con amor?” El Señor sonrió y dijo: “Yo no recompenso a nadie, lo único que hago es regocijarme con tu amor”.
(Anthony de Mello, El canto del pájaro, P. 153)
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