1. Toma una postura orante. Cierra los ojos. Respira profundamente varias veces. Ahora deja que tu respiración se haga muy suave. Imagínate que estás mirando a tu corazón. Dirige al corazón todos los pensamientos de tu alma.
2. Te encuentras sentado en una roca de la playa, está anocheciendo, ves cómo el sol se pone rojo, apenas calientan ya sus rayos, el cielo se vuelve violeta. El sol ha caído totalmente, su reflejo en el mar ha desaparecido, todo se ha envuelto de oscuridad, se ha hecho presente la noche.
3. Tú crees que lo ves todo, entra dentro de ti y descubrirás que tu mirada no tiene nitidez. Puede ser que no estés ciego del todo, pero algo de ceguera hay en ti. Mira en tu interior, recógete en la profundidad de tu ser y pregúntate cuál es tu ceguera.
4. Ahora emprende el camino subiendo por el acantilado hasta llegar a lo alto. Allí entras en una nube espesa, una nube que te desconcierta. Piensa que Dios ha puesto esa nube en tu camino para que veas tu ceguera. Es la nube del no-saber, la nube de tu ignorancia, la nube que al mismo tiempo renueva los secretos del misterio divino. Cuando no ves en el pobre la presencia del Jesús sufriente, es que está ciego. Cuando no ves que la droga es presencia del maligno en este mundo, es que estás ciego. Cuando eres víctima del materialismo, del consumismo y del placer, es que estás ciego. Cuando el dinero es lo más importante para ti y te cuesta trabajo desprenderte de él, es que está ciego. Si no pones remedios a todas estas cegueras y a otras que están anidadas en ti, estás fuera del camino que lleva a la salvación. Ahora escucha la voz de Dios Padre en la nube de tu ignorancia.
5. Sales de la nube del no-saber y entras en una cueva donde no hay luz. Allí te das cuenta de que conoces bien a Dios pero que no le amas porque tus obras no son reflejo de ese amor. Te sientes vacío, sin amor. Te sientes pobre, con miedo, necesitado de que Jesús venga en tu ayuda.
6. Grita con fuerza dentro de la oscuridad de la cueva: “Jesús mío, ten misericordia de mí”. Escucha el eco de tus palabras. Repite interiormente esta invocación dejando que tu corazón arda de amor hacia Jesús. Al inspirar di: “Jesús mío”, y al espirar: “ten misericordia de mí”. Permanece en esta sencilla oración dejando que tu respiración se haga muy suave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario