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martes, 1 de noviembre de 2016

ORACIÓN: QUIERO CREER UNIENDO MI CORAZÓN AL TUYO




QUIERO CREER UNIENDO MI CORAZÓN AL TUYO
Quiero subir la escala de Jacob, mi Señor,
bajar y subir, tocar los cielos y la tierra,
porque la tierra pasa y nos espera el cielo,
escucho en mi interior:
«En la Casa de mi Padre hay muchas Moradas
y voy a prepararos una» (Jn 14,2).
 
Ya no hay muerte, morimos pero no morimos,
dormimos para despertar del sueño de la vida terrena
y resucitar a la vida eterna,
porque tú Cristo nos das un Pan que nos hace inmortales
y nos dices cada día:
«Quien coma de este Pan, vivirá para siempre» (Jn 6,51).
 ¡Qué gracia más grande,
vivir sin morir por toda la eternidad,
contemplando la belleza de tu rostro glorioso y resucitado,
mi Cristo, en la presencia de la Santísima Trinidad,
con María y todos los mártires y santos
que entregaron su vida por amor!
 
Yo también quiero entregar mi vida, morir para vivir,
morir a mi ego para vivir revestido de Ti, Cristo,
ponerme el vestido blanco de tu santidad, 
de tu amor y misericordia que tocan al corazón humano
y atraviesan la tierra y el cielo.
 
Tú, Cristo glorioso,
me conduces por el sendero de la vida,
atravesando las cañadas oscuras de la guerra,
los terremotos, las enfermedades, las injusticias,
el pecado no deseado, la muerte imprevista y desconcertante,
más allá de la noche humana quieres mostrarnos
la luz resplandeciente de tu inmenso amor,
la gracia santificante de la belleza sacramental.
 
Todo es don, todo es gracia,
aunque te grite al cielo
para que me arranques el aguijón del mal que me azota,
tú me repites una y otra vez:
«¡Levántate, no desfallezcas, toma mi mano, mi gracia te basta!».
 
Y no comprendo, es difícil asumir las contrariedades de la vida,
pero sé Dios mío, que estás ahí,
acompañándome, consolándome, dándome tu Espíritu,
que me impulsa a no quedarme paralizado ni estancado,
eres fuego en mí que solo encuentro descanso en Ti,
en tus verdes praderas,
en los manantiales inagotables de tu infinita misericordia.
 
El secreto está en olvidar todo lo que no sea amor,
y amar sin medida, con todo el corazón,
llevando semillas de resurrección,
amar es también orar por los difuntos,
vivir la comunión de los Santos,
anhelar la santidad,
tocar con la oración la toda santidad del misterio redentor.
 
«En el amor no hay temor» (1 Jn 4,18),
no hay miedo a la muerte,
vivimos aquí para morir
y muriendo a nosotros vivimos en Cristo,
dándonos, amando, resucitando,
caminando hacia el Paraíso perdido,
hacia la gloria eterna,
hacia la mayor felicidad,
la alegría más plena, el Cielo.
 
Aquí la Iglesia Peregrina camina hacia los Cielos,
subiendo la escala de Jacob,
soñando alcanzar la eternidad,
movida por la fuerza de la esperanza,
lo mejor de la vida está por venir,
si vives en Dios, con Dios y para Dios, el
 Señor sostiene mi vida y me la da en plenitud.
 
Déjame saltar de gozo, con aquellos que viven en la esperanza,
los que esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva,
por eso mi Señor renueva mi corazón cada día,
hazme un hombre nuevo, en cada amanecer  renueva mi amor.
 
Siempre en camino,
llevando a muchos amigos a las verdes praderas del Espíritu,
a las Fuentes de la Vida,
a los manantiales de la santificación,
vivo la eternidad siendo ciudadano del Cielo,
bienaventurado, misericordioso, limpio de corazón,
aunque sea perseguido, incomprendido,
pero a los pies de María, puedo decir:
«Dichosa tú que has creído,
yo también quiero creer uniendo mi corazón al tuyo». Amén.

Pbro Lázaro Albar
 

 

 

 

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