Retiro realizado en Las Mogarizas del 7 al 9 de febrero de 2014.
Corrientes
de aire fresco hemos recibido, como un nuevo Pentecostés, nos
hemos
sentido ungidos, revitalizados en la fe, la esperanza y el amor.
Hemos
bebido en los manantiales de la vida donde la Santísima
Trinidad ha derramado
su Espíritu como el rocío de la mañana a fin
de empapar nuestra tierra para
hacerla fecundar, esa tierra de
nuestro corazón necesitada del agua espiritual
para dar frutos de
amor. Algunos han llegado confusos, otros doloridos por
heridas del
pasado, otros con sus miedos, otro con sus debilidades, pero el
Señor
que es el Señor de la Vida se pone en medio de nosotros en
su
Presencia Eucarística y cuando caemos de rodilla en adoración,
él, Resucitado,
viene a curar, sanar, animar, fortalecer, a
llenarnos de su Espíritu, soplando
sobre nosotros para lanzarnos al
mundo a proclamar la alegría del Evangelio,
la alegría de vivir en
Dios, la alegría de pertenecer a la Iglesia de Jesús.
Somos
veinticinco personas que hemos experimentado lo inimaginable,
lo que no da el
mundo, la Felicidad de las felicidades, el Amor de
los amores, algo difícil de
explicar con palabras. Dios es siempre
más, y Él se ha dejado sentir.
De
la Presencia Eucarística se desprendían los siete dones del
Espíritu de Jesús
en lazos de amor que nos llegaba como en siete
ramas de vida que se
desprendían del Pan de la Vida. Acercándose la
Custodia a cada participante se
sentían bendecidos y de cada corazón
brotaba una fuerte petición: «Señor
Jesús, dame tu Espíritu».
El Espíritu Santo nos llenaba el alma y nos sentíamos
abrazados en
el amor del Padre, en una sola familia que respiraba el aire puro
de
Dios, un gran amor y mucha paz llenaba la sala de oración, en medio
de la
noche salíamos renovados.
Sin
este fuego de Dios, ¿cómo evangelizar? ¿Cómo llegar a los que no
conocen
a Cristo, nuestro Salvador? Esto es lo que hemos recibido, el
fuego del Espíritu
que enciende los corazones para extender la nueva
vida que viene del
Resucitado. Experiencia acompañada con la
presencia de la Madre, nuestra
Madre del Cielo, porque no hay
Pentecostés sin ella. ¡Gracias Señor porque
quedaron atrás
nuestras tinieblas y todo se ha llenado de una resplandeciente
luz!
Lázaro
Albar.
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