Una
fuerte experiencia de Dios, entrando en la belleza de la contemplación y
descubriendo la importancia del silencio como la puerta a la interioridad.
Experiencia inolvidable. El fin de semana del 7 al 9 de marzo, al comienzo de
la Cuaresma, nos reunimos en la Casa de Espiritualidad de Santa María de las
Mogarizas (Chiclana) 28 personas muy diversas, religiosas, vírgenes
consagradas, seglares, jóvenes, adultos y mayores. Impactante el testimonio de
una joven, casada, con una enfermedad crónica que había que ayudarle al andar
para desplazarse de un lugar a otro, en continuo dolor y una sonrisa en su
rostro. Como una hoja seca que en el otoño cae del árbol y se balancea hasta
caer suavemente sobre el suelo, así esta hermana, mientras silenciaba su cuerpo
y se identificaba con esa hoja, sintiéndose pobre y débil, caía en las manos de
Dios, desapareciéndole el dolor y descansando en Dios. Dos hermanas religiosas
keniatas nos elevaban con su canto angelical y su ternura y bondad derramada
durante todo el retiro sobre esta joven enferma. Un silencio profundo reinaba
en todos nosotros, una búsqueda de Dios incesante, una lucha con nosotros
mismos, un verdadero combate espiritual en nuestro deseo de conversión.
El Espíritu
ha querido traernos a la soledad y al silencio, al comienzo de la Cuaresma,
para adentrarnos en los cuarenta días de desierto con Jesús. En la madrugada
del sábado al domingo, a las 3 h. nos levantamos para estar con el Señor en una
oración que tuvo dos partes, la primera, una adoración de la cruz, escuchando
un texto inspirado en los escritos de la Madre Teresa de Calcuta, «Tengo sed de
ti». Escuchábamos la voz de Jesús que nos hablaba al corazón. Desde la cruz
gritaba «Tengo sed». Cómo abríamos la puerta de nuestro corazón y Él entraba en
nosotros a compartir su amor, su misericordia y su paz. Cómo arrodillados e
inclinando la cabeza sobre la cruz descargábamos sobre Él nuestras
preocupaciones, agobios y cruces. Cómo le presentábamos a todos los
crucificados de la tierra. Y la segunda parte de la oración fue desarrollada en
torno al Santísimo, en medio de la noche impartí la bendición a cada uno de los
participantes y ante Él le decían «Señor Jesús, convierte mi corazón, lléname
de ti».
En el silencio no había otras voces, sólo su Voz y su Presencia que era
más fuerte que la nuestra, todo envuelto en un halo de santidad, de inmenso
amor, fuimos tocados y ungidos por el Espíritu. Un buen comienzo para
adentrarnos en la Cuaresma, en busca de la santidad y entrega a los hermanos.